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viernes, 25 de julio de 2008

CUENTOS BAJO EL SOL

Seguimos aquí.
Hoy me lanzo yo, aunque sé que medio mundo está de vacaciones, para proponer que nos dejéis vuestros cuentos o historias o inspiraciones bajo el sol. Vale todo: prosa o poesía.
Podéis dejarlos en "comentarios" o, si lo preferís, enviadlos a mi correo: alcestismm@hotmail.com
Humildemente os dejo el mío:

El relato de Carlota:

Rashid tiene la noche en la mirada. Buceando en ella, la luna y las estrellas me hablan de lugares que no he visto. Me tiene prisionera el tatuaje que adorna la zona lumbar de esa espalda bendecida por el sol. Y los brazos de Hércules que pasean las hamacas como si fueran cometas al viento.

- "Bonita señora, quieres mismo sitio que ayer? Ten cuidado, hoy las olas están grandes."
Rashid ha tropezado y me levanto rauda a auxiliarlo: todo el dolor del mundo se concentra en la planta de mi pie izquierdo, donde ha ido a clavarse el caparazón de un erizo de mar. No sabía que mi garganta pudiera emitir un grito semejante. Rashid se recupera y acude en mi ayuda. Coge el pie entre sus manos y empieza una ceremonia que sólo los dioses conocen. Él intenta alcanzar la astilla clavada y no sabe las partes de mi cuerpo que acaricia en la planta del dolorido pie. Cada vez que roza la punta de los dedos, siento una caricia del príncipe de las mil y una noches en mi pecho izquierdo. Él nota mi respingo. ¿Sabrá Rashid de los puntos de reflexología podal? Justo cuando acaba de apretar y libera la astilla, me regala una larga e intensa friega en la planta. Y pierdo el mundo de vista.
"Bonita señora, no llores, el dolor pasará".
Por eso lloro, Rashid, por eso lloro.

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El relato de Fernando Sarria:

Aunque ella no creía del todo en los resultados de la leyenda, aquel viaje, sola, por los lagos de Suiza lo iba a utilizar para sacrificar en un mágico ritual su desesperado amor, su pasión no deseada. Había una leyenda desde el siglo pasado con respecto al lago de aquel hermoso pueblo que bañaba el río Aar, nacida tras haberse suicidado en él una reconocida poeta del siglo XIX, por despecho a un amor no correspondido. Todos los años en el mes de Julio se hacía durante unos días un homenaje a la desgraciada poeta, que incluía una ceremonia muy espectacular (sobre todo servía para atraer a turistas lánguidos y románticos), en la que había que envolver en un pañuelo de seda el nombre de la persona a olvidar atado con una piedra blanca del tamaño de unos labios y lanzarlo al agua, ya que al hundirse en el lago desaparecería para siempre de sus vidas.

Se ponían a la venta distintos colores de pañuelos cada uno con su propio significado. Ella eligió el rojo…pasión no correspondida o no deseada por impropia…Cuando se preparó a subirse al barco que llevaba al centro del pequeño lago, donde habían preparado unos cenadores flotantes muy adornados con flores para cumplir el ritual, le temblaba todo el cuerpo pero sin dudar montó en él.

Todo debía hacerse al poco del amanecer, la hora en que más o menos Hanna Liessing se había suicidado. El acto duraba un par de horas con discursos, loas y muchos pétalos de flores echados al agua entre los poemas recitados y los famosos pañuelos. Siempre había varios barcos que salían cargados con personas deseando hacer perecer en el agua cristalina y fría del lago sentimientos que no podían soportar.

Al retornar al muelle, ella seguía temblando, se paró un instante a mirar el centro del lago donde se divisaba todavía un reguero de flores y de coronas de laureles y guirnaldas…apretaba fuerte su mano y casi no se podía distinguir en su puño cerrado los ribetes rojos de un pañuelo.

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El relato de Tesa:

Adiós, mamá



Un día como otro cualquiera. Lluvia y frío. Qué asco de invierno. No tenía ningún plan cuando metió sus cosas en la mochila. Puso en marcha el ordenador. Encendió un pitillo.

La pantalla del portátil le pareció más pequeña que cuando escribía sus pensamientos, sus poemas sin rima, sus canciones y sus cuentos.

Impulsivo, soñador. Demasiado reflexivo, como sus hérores rebeldes y románticos cultivados por culturas lejanas y paisajes exóticos.

Me voy. Escribió tres veces, sin puntuación ni espacios. Aún no sé adónde. Ahí fuera, al mundo. No sufras, mamá. Confía en mí. Te llamaré, cuando sepa dónde paro.

La impresora escupió la hoja. La dobló después de soplar la tinta. La dejó encima de la mesa del comedor sujeta con un cenicero. Sabía que yo la vería nada más entrar. Acarició a la gata que salió a despedirle como cualquier otro día, cargó con la mochila y desapareció.

Por ahí fuera sigue, tratando de encontrar su lugar en el mundo sin defraudar a sus héroes.

Un relato de invierno para degustar en verano escrito por Tesa.

http://elperfumedelasmoreras.blogspot.com/

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El relato de Javier Díaz Gil:

EL DOLOR

No me quedaban más recursos.

Fui al masajista agotando mi última opción, guiado por la promesa de que me quitaría el dolor, las múltiples contracturas en las que se había convertido mi espalda.

No pensé que el dolor necesitaba de más dolor para curarse. Estuve a punto de levantarme de la camilla e irme de allí. Apretó sus dedos como reja de arado sobre mi espalda. Me retorcí, grité, lloré hasta que finalmente asomó por mi garganta.

Un golpe de mano certero sobre mi cuello y quedó allí, junto a mis ojos.

"Dije que te quitaría el dolor".

Tomó mi corazón, "ya no necesitas esto", y lo arrojó a la papelera.

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El microrrelato de Ybris:

"-El ardor de tu roce me consume hasta la nada.

(Y el disco comprendió que había que cambiar las pastillas de los frenos)."

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El relato de Anabel (la cuentista de Hamelin)

PATIO

Sudorosa, cansada y con dolor de cabeza. Se había pasado todo el fin de semana delante del ordenador, soportando el calor que emitía el aparato inmundo y traduciendo a un soporífero poeta que se regodeaba en el dolor de un amor imposible. Había sido un encargo de última hora y por compromiso, que son los peores pagados, pero no podía negarle nada a Germán, gracias a él tenía contactos en muchas editoriales y, en los momentos malos, siempre le mandaba algún trabajillo que le ayudaba a llegar a fin de mes. Éste le había obligado a quedarse en casa con el aire acondicionado estropeado desde el jueves y el electricista sin intención de venir hasta la semana siguiente.

A las nueve y media del domingo se tomó la primera cerveza del week end, no bebía mientras trabajaba, le salían unas traducciones demasiado libres. Se asomó a la ventana de la cocina que daba al patio, pues corría un airecillo de lo más refrescante. Desabrochó su tenue camisa para que una temperatura mucho más baja que la suya corporal le acariciara directamente la piel. Recogió su melena rubia en un improvisado moño y pasó la lata de cerveza por la nuca a modo de masaje que le aliviara la jaqueca. Cerró los ojos y suspiró en el disfrute del momento. Prosiguió, inconscientemente, abriéndose la camisa, apartando la húmeda tela de su cuerpo ávido de frescor. Tuvo que reprimir el impulso de quitarse el sujetador al darse cuenta de su situación. Cerró azarosamente la blusa, mirando si algún vecino estaba, como ella, apoyado en la barandilla en busca de aires menos calientes. Sólo vio un visillo que se movía asustado. Era el vecino de enfrente, el estudiante de medicina, lo adivinó pues su silueta era alta como él. Su primera reacción fue meterse en la cocina, pero lo pensó mejor: continuó pasando la lata, cada vez menos fría, por la nuca, por el cuello. Observó que el visillo volvía a moverse, a apartarse tímidamente para dejar un ínfimo hueco por donde una mirada escapaba. Gabriela sonrió con toda su boca y toda su cara de niña traviesa. La lata sirvió de apisonadora que apartaba cualquier obstáculo para pasar sobre la tersa piel blanca: por los hombros, los brazos, el pecho. Máquina infernal que dejaba caer al vacío la ropa de Gabriela. Cuando el cono ya caliente pisaba los pezones, el estudiante vecino permanecía totalmente al descubierto delante del inservible visillo deleitándose con el espectáculo. Gabriela se soltó el pelo, se mordió el labio inferior y le guiñó un ojo al futuro médico. El chico salió disparado de la ventana.

Gabriela se dirigió a abrir la puerta con dos cervezas fría, había que prepararse para el sofocante calor que se avecinaba.

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El relato de Juanjo (JJMM):

TÓRRIDA INDECISIÓN

Salió a la calle esa tórrida tarde de agosto... calles vacías... huecos para un perfecto aparcamiento de su todoterrenourbanoqueconsumeloimprevisible... paseó bajo la sombra de su edificio de apartamentos, justo hasta llegar al borde, donde empezaba el sol a derretir los restos de un gato que ya hacía días que no había cruzado a tiempo...

Esperó pensativo, pensando dónde se pensaba que iba a ir... arriba, en su piso... la penumbra de las persianas bajadas, el viejo ventilador que se había dejado en marcha... por si volvía... la soporífera-somnífera televisión... la tentación de internet... su pequeño y autónomo mundo...

Miró de nuevo cómo avanzaba el sol hasta llegar a invadir parte de la acera... a tocar la punta de los dedos de sus pies, endiosados en unas chancletas que él creía únicas... Levantó la vista y... nadie en su perímetro, ni un alma, ni un signo de vida en toda la calle.

Giró lastimosamente, enarcando las cejas, autocomplaciéndose de "por Dios, qué puta calor... dónde voy a ir ahora, si no hay nadie"... "me voy para casa"... quizás encuentre a alguien en el chat...

Abrió la puerta del piso... dejó sus gafas y las llaves... encendió el pc y se preparó un café con hielo... ni un ruido en el piso de los vecinos... ni siquiera el niño pequeño de abajo que siempre llora... nadie.

Solo en casa, él... y el ruido familiar del pc arrancando... en la calle, quedó su tórrida indecisión.

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El relato de Chesu Arroyo:

CONOCÍ AL TRASGU

Esperaba con ansia el fin de semana. Solía ir a casa de mi abuela, típica e inmensa casona donde se repartían los pisos por cuestiones prácticas de trabajo y modo de vida. En la planta inferior, bodega, molino y diez cuadras que hacían de calefacción en la vivienda. En la planta baja, el corredor, delicia de estancia en las noches veraniegas, cocina, cuarto de amasar y horno, cuartón para las matanzas y despensas, cada una para un uso, donde se guardaba, junto con el hórreo, grano y otros enseres de labranza y ganadería. Había un dormitorio con jergones vacíos, donde descansaban, en época de siega o cosecha, temporeros que venían de Extremadura y Castilla. En la planta superior, bajo aquel desván prohibido, lo que denominaban sala. No era más que el comedor en fiestas y que a su vez daba paso a las dos galerías acristaladas donde se encontraban los dormitorios.

Cuando me levantaba el sábado en aquella casa de la abuela, siempre la escuchaba renegar diciendo que todo estaba fuera de su sitio y culpando a no se quién de la descolocación de lecheras, cazos y tazones. Una mañana me contó la historia del “Trasgu” diciéndome que era un diminuto duendecillo bromista y malhumorado que vivía en el desván y que tenía por costumbre cambiar las cosas de lugar. Para un muchacho de 8 años, aquella breve explicación de quién vivía en el desván fue suficiente para que mi cabeza empezara a funcionar. Ya sabía el motivo por el cual no podía subir al desván.

Un fin de semana se quedó conmigo un amigo del colegio. Ambos disfrutamos de aquel sábado. Acompañados por Pastor, el perro que tenía por trabajo su nombre, subimos el ganado al prado y allí comenzamos a imaginar como era el “Trasgu”. Mi amigo, como buen asturiano, conocía a la perfección a aquel duende que, me dijo, vestía gorro rojo, tenía cuernos y rabo y en la mano izquierda un agujero por donde despilfarraba lo que los paisanos le daban para tenerle contento. Coincidía su versión con lo que mi abuela contaba y al regresar a casa acordamos subir a aquel lugar prohibido, ¡el desván!

¿Qué hay mas peligroso en una casa sin adultos, con cien estancias y mil rincones, que dos rapaces de ocho años?

En aquel desván, trastos por doquier, viejas fotografías enmarcadas, dos escopetas, muebles viejos o rotos, vajillas y cestos y un gran etcétera de objetos sin valor para los adultos pero de gran significado para dos “nenos”. En uno de los rincones, algo tapado con una tela, parecía un baúl porque, entre los rotos de aquel inmenso trapo, amarillento por el paso del tiempo y el polvo, parecía visualizarse una correa de cuero con una argolla terminada en un candado sujeto a madera. Para mi, bien podría ser un cofre procedente de un desembarco pirata y de repente, aquella vieja y estropeada tela se movió con una rapidez que, del susto, retrocedimos unos pasos. Luís, así se llamaba mi amigo, solo gritó un nombre… ¡es el Trasgu! y así fue, de entre la tela, salió corriendo un diminuto duendecillo con rabo largo y un vestido color canela y blanco que fue a esconderse detrás de unos sacos. ¿Quién corría mas? Abrimos la puerta del desván y al bajar por los estrechos escalones de madera hacia el pasillo, uno de los peldaños se partió bajo mis pies y fui a caer rodando por aquella escalera para llegar al pasillo de abajo. Primera lesión importante de mi vida. Esguince que tuvo a bien sanarme un curandero, pero esto es historia para otro momento.

¿Qué me dolió mas, el esguince o la regañina de mi abuela por haber subido a aquel prohibido lugar?

Temeroso pero contento por haber visto a aquel duende que todo el mundo decía conocer pero pocos habían visto. Pasé a ser líder entre mis amigos, gracias en parte a la ayuda de Luís que, constantemente, corroboraba mi versión de lo sucedido y por supuesto, gracias al “Trasgu”.

Con los años supe dos cosas. Una de ellas que el desván era zona prohibida para niños porque los escalones estaban podridos y alguno, como así fue, se podía romper. La segunda, que aquel pequeño personaje con rabo largo y traje color canela y blanco, era una comadreja que mi abuela tenía por el desván para que acabara con los endemoniados roedores que podrían campar a sus anchas entre tanto trasto viejo.

Pero si os digo una cosa… Cuando paséis un fin de semana de turismo rural en territorio Astur, dentro de una casona de aldea, no subáis al desván. El “trasgu” existe y lo comprobareis porque… algo os descolocará dentro del dormitorio.

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El relato de Ynarud:

ELLA ESTABA AHÍ

Hacía unos quince años de la última vez que estuve en la estación de tren de mi ciudad, a pesar de la remodelación a la que fue sometida, en parte por culpa del AVE. No sé por qué fui a la estación. Me senté a tomar un café mientras observaba los trenes que hacían su llegada. Y unos minutos después la vi, ella estaba ahí, a los pies del andén. La miré con un temor innecesario, jamás la había visto, no la conocía, pero a pesar de no conocerla me inquietó su actitud frente al andén. Tenia la mirada puesta en las vías, como si de una pintura se tratara, e intentara adivinar que quiso reflejar el autor de la obra. Me asusté, pensé que quizás su intención fuera tirarse cuando el tren pasara y sentí, nunca mejor dicho, como si un tren atravesara mi cuerpo a una velocidad impensable. Intenté entender los motivos por los que ella decidiría poner fin a su vida. Creo que negarse una vida, la propia, nunca es fácil.

Por un breve instante mi mente se autoprotegió y me dije a mí misma que sus motivos no me importaban, si quería robarse su propia vida, quién era yo para impedírselo. Llevarse un botín tan preciado como invalorable, la propia vida.

Fueron unos segundos en los que mi propio egoísmo por hallar una explicación lógica me hicieron dudar de ese poder que los humanos también poseemos. Ese poder innato y a la vez ignorado, el poder de ayudar al desconocido. Observé cómo sus pasos se acercaban hacia el borde exterior del andén y volví a pensar en lo peor.

Oí por el altavoz cómo anunciaban la llegada del tren, vía dos, andén tercero, el cual no haría parada en esta estación. Y el temor se apoderó de mí una vez más, corrí hacia ella, la saludé y le pregunté ¿tienes fuego? Me miró, y sus ojos rebosaban una paz absoluta, y su voz me dijo: no, lo siento pero no fumo, fumar mata. Guardé el cigarrillo y le pregunté qué hacia en aquel lugar tan cerca del andén, mirándome fijamente, ella me dijo: nada, espero el tren, debo subirme a él, pero nunca se detiene.

- ¿Vendrás mañana?

- Si tú quieres, vendré y tomamos un café.

- ¡Vale! pero antes que llegue el tren.

- Quizás no pare.

- Quizás sí.

10 adictos:

Anabel dijo...

Me parece un gran cuento, con su calor, con su erotismo, con su ironía... Estival total.

Besos,

Anabel, la Cuentista

Mónica dijo...

Por fin... algo de movimiento por aquí, que ya tenía mono...

Gran cuento
Un saludo

ybris dijo...

Venía desde el blog de Fernando para leer su relato y me he encontrado también con otros preciosos.
Y con un montón de entradas interesantes y bellísimas.
Un placer del que me ha costado trabajo salir.
Pero al que quisiera agradecer inoportuna y mediocremente con esta improvisada tontería de microrrelato:

"- El ardor de tu roce me consume hasta la nada.
(Y el disco comprendió que había que cambiar las pastillas de los frenos)"

Besos, Carlota.
Mis saludos a todos.

Jesús Arroyo dijo...

Hola:
He dejado el mío en el correo de "aditos"

carlota dijo...

Jesús, pásalo al mío, al que doy en la entrada, es que no tengo la contraseña de adictos y las chicas más veteranas están desaparecidas (pero volverán).
Dime algo.

carlota dijo...

Gracias a todos/as por darle vida a todo esto.
Y seguimos... Todavía queda verano.

Ignacio Bermejo dijo...

magnificos relatos, largos largos largos, pero muy bueno.

Perdoname, pero ultimamente me está dando por los microrelatos. NO sé bien porqué.

Un beso a todos

Estel Julià dijo...

Hola adictos,

Me alegra que sigáis por aquí con tanta fuerza como siempre.

Los relatos son estupendos.
Enhorabuena.

Un abrazo a todos y a tí Maribel un beso muy fuerte, fuerte,




Estel J.

http://trazandocaminos.blogspot.com/2008/08/erotika.html

Julio Castelló dijo...

Lo he pasado muy bien con todos. Especialmente con el de Rashid. También con el trasgu. Con todos. Formáis un gran equipo. Un saludo.

Estel Julià dijo...

Hola Maribel,

Me paso por aquí porque hay un regalito en mi blog para el blog de Adictos al Verso, así que cuando quieras pásate a recogerlo, espero que le de un empujoncito a este maravilloso proyecto que con buen acierto montásteis.

Un abrazo,


Estel J.



http://estelj.blogspot.com/2008/09/toro-pasado-recojo-otro-premio.html